Todo empezó una mañana en la que los momentos
cotidianos se modificaron sin previo aviso. La deliciosa comida de desayuno se
había esfumado o quizá ni siquiera se presentó. Todo lo que conocíamos se hacía
polvo, se evaporaba sin dejar rastro.
Nuestros corazones se separaban y no había
marcha atrás. La luz que tanto había iluminado se convertía en un chispazo que
justo empezaba a quedarse en el pasado.
Alguien muy sabio me dijo una vez que el
pragmatismo del que todos se quejaban vivía en cada uno de nosotros. Que en
mayor o menor grado, las cosas que nos rodeaban eran calificadas por su
"valor". Este nunca es fijo, cambia a medida en que nosotros lo
hacemos. ¿Cuánto vale nuestro amor?
Nos volvimos cotidianos, nos volvimos uno más.
Nos veíamos sin mirarnos y oíamos sin escuchar.
Podría
culpar a la vida, a las intenciones con que se hicieron las cosas. Tuyas y
mías, ¿Qué más da?
Vago en un mundo de ilusiones divididas, donde
los matices de grises son menos importantes que los negros que van empañando el
corazón.